Puede que sea por falta de fibra, por apreturas en la ropa, o por causas ajenas a nuestra voluntad, pero hay veces que perdemos "regularidad".
A veces tienen que ver las condiciones climáticas, la dieta alimentaria o cosas como lo que vemos por la tele, o la fase lunar.
Cuando algo se rompe en la rutina diaria y empiezo a dormir a deshoras, a sentirme alicaido, o sin fuerza física, psicológica o con el intelecto tan mermado que no se ni hacer la "O" con un canuto, hay que buscarle remedio lo antes posible.
Hacer lo mismo que antes del "bajón" no suele ser bueno porque el origen está en esos hábitos.
Una visita al médico o a la farmacia puede ser conveniente pero no siempre es la mejor solución.
Algo que puede ayudar mucho es observarse uno mismo y ver qué es lo que haces en cada momento, lo que comes y como te sienta y procurar recuperar el ritmo normal complementando las carencias que el organismo está pidiendo a gritos pero no sabemos responder.
Cuando llegó el calor del verano mi cuerpo estaba aclimatado a los seis meses de invierno que habíamos padecido y algo que para mucha gente mayor o gorda es veneno casi mortal, la sal, para mí fue algo imprescindible para arreglar una bajada de tensión galopante.
Eso pasa cuando olvidas beber con frecuencia, y comer buenos alimentos a sus horas, o cuando realizas actividades sedentarias y no cambias de actividad en mucho tiempo, o al realizar esfuerzos continuados bajo el sol.
Soy una persona inquieta pero tampoco me gusta dejar para más tarde cosas que no he terminado de hacer.
Muchas veces antecedo cosas innecesarias a mis propias necesidades.
Puedo pasarme 6 horas o más sin moverme del sitio, ni para hacer "pipí". El dependiente ideal.
A veces me olvido hasta de respirar. Y claro ahí también llega "algo" de malestar. Eso de no respirar no es bueno. Si lo sabré yo.
La gente que sabe que doy prioridad al trabajo físico y mental no tiene en cuenta mi estado emocional cuando me piden favores y es ahí cuando surge el conflicto conmigo mismo.
Primero porque soy servicial en grado extremo y la gente lo nota, pero por otro lado yo también lo noto. Y aunque no me gusta desconfiar tengo que discriminar constantemente, primero porque no me gusta que nadie pueda predecir mi respuesta. Del mismo modo que yo no se predecir la de los demás.
Me doy cuenta de que no puedo, ni debo contentar a todo el mundo e incluso la misma persona a la que antes haya ayudado puede no recibir más mi ayuda después.
El mundo en el que yo vivo es un mundo individualista en el que cada cual se procura lo que necesita con la mínima ayuda de los demás.
Aunque para que el intelecto y fuerza física sea convenientemente estimulada hace falta también disponer de una actitud psicológica que nos motive a competir y, a la vez, colaborar con los demás mediante actividades colectivas.
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