¿Has visto alguna vez a un mimo haciéndo el gesto de pegarse contra un cristal que no puede franquear?
A veces soy más consciente de esas limitaciones que todos nos imponemos por alguna razón difícil de explicar o definir.
Un psicólogo podría explicar que muchas decisiones, o indecisiones, las tomamos como un modo de auto protección. Se podría decir también que las convicciones (tema que ya traté en noviembre pasado) son un modo de preservar nuestra auto-estima.
Cualquiera que nos hable desde el lado opuesto a nuestro "muro de cristal" puede producirnos algún tipo de reacción que sin la cabeza fría se puede volver envidia, ira, o desprecio. Aunque lo que más satisfacción da en estos casos es la indiferencia.
Pero el muro de cristal al que me refiero va más allá que las simples convicciones o el grado de empatía con los demás. Aunque eso también es un hueso duro de roer para muchos que no ven su propio muro, de lo que se aprovechan muchos individuos para obtener réditos políticos o sectáreos para lograr sus propias metas y rara vez con fines altruístas.
La sociedad es cada vez más solidaria con los demás. Comparte. Intenta llevarse bien. (intenta)
Pero creo que muchas veces debemos ser un poco egoístas en el sentido filosófico del término, sin llegar a extremos del egoísmo asocial (como los que se autodenominaban Liberales en política) o el egocentrismo, donde nada más que uno mismo tiene importancia.
Se debe procurar un equilibrio entre interés ajeno e interés propio. Es una de mis mayores obsesiones desde hace décadas.
Siempre he estado a favor de dar y recibir a partes iguales. Más que nada porque es un modo justo de beneficiarse mutuamente. Y porque por lo general siempre soy yo el que cede muchas veces a cambio de uno o de ningún favor. Y eso me crea nuevos "muros de cristal".
Pero tan malo es dar más de lo que te dan como recibirlo. En esto alabo el carácter japonés aplicado a su habitual norma de compromiso, Giri, aunque creo que puede ser demasiado estricto y sobre todo complicado de valorar.
Debemos pensar más en nosotros mismos para ser capaces de ver y sortear los distintos muros de cristal que nos impiden progresar no por culpa de otros sino por nuestro propio modo de pensar.
Listaré alguno de estos muros auto-impuestos que a veces son difíciles de franquear.
Hábitos: Todos somos como el perro de Pavlov. Tras pasar gran parte de nuestra vida reaccionando del mismo modo a estímulos externos es dificil cambiar nuestro comportamiento aunque la razón nos dicte que hay que hacer un esfuerzo para corregirlo. Si somos capaces de saltarnos una vez el muro mientras pensamos que ese muro invisible más que un muro es un tobogan al paraíso todo lo que nos producía inquietud puede convertirse incluso en un placer.
Pereza: La imposibilidad de ver más allá del tiempo presente suele impedirnos actuar sino es a cambio de un premio o contra un castigo inmediato. El único modo de combatirla es con buenos hábitos. De nuevo podemos recurrir al perro de Pavlov para autocondicionarnos modos de actuar imaginando nuevas y variadas recompensas de bajo coste pero de gran valor que aumentarán nuestra satisfacción por los actos realizados hasta que ya no nos suponga tanto esfuerzo realizar lo que nos daba pereza.
Ignorancia: La falta de conocimiento crea muchos de nuestros miedos que impiden progresar en muchas facetas. Sin embargo hay mucha gente que triunfa en cosas que nos gustaría realizar y no lo logran por tener más dinero o más fuerza física sino gracias a sus conocimientos. Y dado que estamos en la era de la información hoy día es más fácil acceder a ellos sin si quiera pagar por unas clases particulares. No obstante debemos tener objetivos claros y definidos al tiempo que puede ayudar conocer especialistas de cada campo a estudiar y asumir que es imposible saberlo todo sobre todo.
Idolatría: Algunas sectas religiosas son contradictorias a la hora de indicar que no se debe adorar la imagen de otras personas, vírgenes, santos y entidades "superiores" al tiempo que crean una colección de amuletos y figuritas para adorar y depositar nuestra fé y esperanzas en terceros en lugar de nosotros mismos. Si nos valoramos al mismo nivel que aquellos que nos inspiran podemos llegar a entablar comunicación directa para aprender mutuamente, nunca como medio de adoración.
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