miércoles, 14 de octubre de 2009

NegroRojizoCasiDorado

"-Que mal genio que tiene!
- Es lo único que le queda."

-Respondía una señora a un señor mayor esta mañana por la calle.-.


La vida se hace cada vez más complicada mientras vamos apartando de nuestro camino lo que no queremos casi sin darnos cuenta.

Luchamos contra cualquier obstáculo y procuramos olvidar aquello que hemos perdido para siempre. Además nos mostramos indiferentes ante lo que pueden ser oportunidades de vivir mejor por miedo a perder nuestra estabilidad.

El beneficio de uno mismo redundaría en todo nuestro entorno. Si estás contento, sonríes. Y esa actitud suele ser contagiosa.

Pero en lo más profundo de mis "normas de comportamiento" hay una frase parecida a "La gente siempre putea al que está feliz." (Era algo que leí de niño, así que la expresión exacta no era "putear".)

Puede que eso tenga algo que ver en mi forma de disfrutar la música u obras de ficción melancólicas.

Y es que nada me entristece realmente. La tristeza, aunque suene raro, me hace más feliz. Como una famosa frase de Pino, en el anime Ergo Proxy.

Una música triste me hace sonreir porque realmente la disfruto. Y llega el punto en que encuentro conexión entre ambas emociones. Tristeza y alegría.

Son parte de nuestra vida y equilibrarlas es cuestión de gustos y son ingredientes fundamentales para encontrar motivación para hacer lo que queremos, podemos o debemos hacer.

"Llorar de alegría" es un buen sentimiento, una mezcla muy difícil de lograr. Solo las cosas que más me gustan consiguen provocarlo. Desde que ví "El club de los poetas muertos" en 1989, apenas he vuelto a disfrutar de obras de ficción que transmitan esa emoción.

Hay pocos ejemplos más. Sin embargo dentro de la animación japonesa saben sazonar de todo tipo de emociones lo que hacen y se encuentran joyas como "Tekkon Kinkreet" y series prodigiosas que no dejan indiferente a nadie.

Muchas ideas las sacan de cuentos y tratados filósoficos clásicos. Hay dos o tres truquillos para que la estructura del film ofrezca la emoción buscada en el momento preciso, pero ningún director/guionista tiene verdadero poder de controlar lo que el espectador sentirá al final. Eso es una sorpresa que debe testarse, como un experimento de química con probetas, una vez acabada la obra en las salas de cine.

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