viernes, 17 de abril de 2009

Gula

Cada persona tiene una constitución diferente. No existen dietas preestablecidas que tengan la misma utilidad para todo el mundo.

Comer mucho puede ser beneficioso para rendir sexualmente pero por contra merma la capacidad intelectual. Parece un plan maestro para garantizar la supervivencia del individuo y de la especie. Y es que todo en esta vida consiste en ciclos de adaptación y mejora.

También sucede el efecto contrario. Cuando se hacen grandes esfuerzos intelectuales nos entra más apetito y solemos comer más de lo que realmente necesitamos para reponer las energías extra consumidas. Con lo que se vuelve a mermar nuestra capacidad intelectual. Si esto es así, tal vez sí que venga bien echar siestas.

Las vitaminas, minerales e infinidad de proteínas distintas, que son útiles para nuestro organismo, están repartidas en dosis irregulares en distintos tipos de comida.

Quien come mucho y variado suele suplir bien las necesidades del organismo pero al excederse paga las consecuencias proporcionalmente; Y quien come siempre lo mismo, al final, adelgaza y tiene molestias que dañan el organismo tanto como comiendo desmesuradamente.

De nuevo me encuentro en un debate sobre el término medio.

Una línea invisible que cuesta seguir en cualquier disciplina donde el equilibrio es un pulso constante entre esfuerzo y mediocridad.

Puedo comer mucho sin engordar, aunque rara vez soy constante en los excesos. Normalmente soy bastante despreocupado en este aspecto.

Por lo general tolero menos los cambios en las cantidades de comida consumida diariamente. Y por lo general tengo muy poca imaginación para hacerme las comidas. A veces me salto desayunos, meriendas (casi siempre), y otros picoteos a los que están acostumbradas otras personas.

Se ahorra tiempo y dinero, sí. Pero por contra se rinde peor y se desajusta el organismo.

Me gustaría programar las comidas desde un punto de vista razonado. Sin embargo debemos dejarnos llevar por nuestros apetitos en materia gastronómica porque por lo general sabemos qué es lo que más nos conviene de forma instintiva.

Así que una dieta programada a horas estrictas con cantidades de alimentos específicas no es la solución para llevar una vida recta, más sana y equilibrada.

Lo que necesitamos es un Pepito Grillo, o voz de la conciencia propia o ajena, que guíe nuestros actos para obrar correctamente sin dejarnos llevar por otros factores que nos condicionan.

De nuevo el desorden supervisado es la mejor solución.

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