lunes, 25 de enero de 2010

Otaku cum laude

Un otaku en occidente es un fan del anime, manga y/o la cultura japonesa.

Yo soy fan de todo eso. Pero me considero todavía un aprendiz apasionado. Tras apenas tres años de devoción.

Estoy en fase de viajar por primera vez a Japón probablemente este mismo año. Lo cual me convertiría automáticamente en "Otaku graduado" y si consigo aprender japonés ya sería "Otaku cum laude". :-)


Ya controlo bastante bien los kana. Aunque debo practicar más, porque solo se me da bien en sentido kana>romaji. Y ya hace casi un año que empecé con los kanji (aunque me tomé un descanso de varios meses).

No controlo casi nada de vocabulario por ahora pues estoy aprendiendo por mi cuenta, con un método especial y a mi ritmo.

No se por qué me da por estudiar más a estas alturas. Pero creo que puedo hacerlo.


Como otaku casi a tiempo completo me empampo de blogs como Kirainet.com, pepinismo.net, flapyinjapan.com, ungatonipon.com, y otros blogs maduros de otakus españoles. Aunque no les dedico todo el tiempo que requerirían para ver todo lo que publican. (y es desesperante.)

Lo que más me gusta es el anime y por extensión le cogí también gusto al manga (cómic de estilo nipón).

Aunque es una pasión tardía, era la consecuencia lógica de una serie de acontecimientos a lo largo de la vida.

Por amigos otakus conocía algunos animes puntuales; Cuando vi "Death Note" me pareció muy buena serie (Fue el primer manga que compré tiempo después. Y también último DVD comercial. En favor de los Bluray) pero, por esa época, me equivocaba al pensar que no encontraría más anime que estuviera a la altura.

Cuando escarbé un poco no tardé mucho en descubrir que la industria nipona del anime y todo lo que le rodea es inabarcable y ya tenía su red atrapándome por todos los costados. (Creo que tengo un extraño hábito por las cosas de posibilidades infinitas. Quizás por eso quiero ser inmortal. 8-))

Los japoneses se miran tanto el ombligo que casi todos los temas que tratan están influenciados por su cultura y modo de hacer las cosas. Y con poco que te influya siempre llega un momento en que te entran ganas de conocer su país. Y, como la gran mayoría de otakus de pro, tarde o temprano viajamos a conocer más del lugar del Sol Naciente.

Supongo que en mi infancia influyeron series que apenas recuerdo pero que veía, porque no había más canales de TV, como Mazinger Z, Heidi, Marco... Y muchas otras que ni imaginaba procedían de Japón, o eran co-producciones junto con otros países. Comando G, Ulises XXXI, Doraemon, Caballeros del Zodiaco (Saint Seiya)... Algo recuerdo de ellas pero no me apasionaban.

Especialmente no me gustaba tanto la de Saint Seiya como al resto de colegas de mi generación. Recientemente empecé a verla de nuevo pero abrumado por la cantidad de anime moderno pendiente perdí el interés tras ver el décimo episodio.

También recuerdo series de los 90 como Sailor Moon, o Evangelion y otras de "robots grandes".
Pero no me llamaron mucho la atención y no las vi completas.

También vi algún otro tipo de anime en la época de la adolescencia que muchos amigos llamábamos confusamente "manga"; (pausa para la publicidad.. he descubierto una interesante bebida refrescante llamada Tentacle Grape que juega con las palabras del travieso género anime.) Aun hay gente que piensa que "manga" es un tipo de animación para adultos procedente de Japón. Aunque entre los otakus es muy común hablar de "animanga" o "manganime" como una forma de combinar ambos conceptos ya que rara vez se concibe lo uno sin lo otro (si son obras de éxito).


En esa época cogí bastante afición por la videocreación, la animación 2D y animación por ordenador 3D. No me perdía ningún especial televisivo en programas del estilo de Metrópolis de La 2, y otros especiales de Canal + como La noche más corta, y repasos al festival Imagina, Siggraph o Annecy. Que aun puede que tenga grabados en cintas VHS.

(Elipsis gorda... de unos 15 años o más)

Evangelion volvió a tener su oportunidad pocos meses después del día en que me convertí en Otaku (o descubrí que lo era. Aun no tengo claro ese aspecto filosófico de Ser o Descubrir que se es.).

Ese día llegó casi exactamente un año más tarde de iniciarme en una actividad típica de otakus: Bailar DDR con la alfombra de baile. (Aunque yo no me consideraba otaku aún.)

Empecé más o menos tras el estreno de la película "La máquina de bailar" (septiembre 2006). Me hice con mi primera alfombra y empecé a practicar como había visto, a lo largo de muchos años ya, a esos otakus o "gente rara" (privilegiada) que jugaba a juegos musicales japoneses y se disfrazaban de personajes de videojuegos o dibujos animados desde hacía muchos años ya; en concentraciones de la DemoScene como la Euskal Party. También, reconozco que en parte practicaba el juego de baile para no ser un soso luego en bodas a las que me invitaban quedándome sentado durante la música.

Lo interesante del Dance Dance Revolution "Stepmania", al que juego, es que bailo con colecciones de canciones conocidas como "Otaku's Dream" que incluyen opening o endings de muchas series anime de todos los tiempos.  Al escuchar canciones pegadizas en conjunción con los vídeos o algunos dibujos de fondo con bastante gancho entra cierta curiosidad por saber como son series que no he visto. Y si empiezas a ver un anime y te engancha ya no podrás soltarlo hasta que acabe.


Tras ver los 37 capítulos de Death Note no tardé en ver el desternillante anime de "roles-invertidos, male-harem, gender-confussion, colegial, aristócrata-plebeyo" Instituto Ouran Host Club, y cuando apareció Renge, un personaje secundario en el manga pero, que cobra especial protagonismo en cada episodio que sale del anime; que era una Otaku desmedida; aficionada a los videojuegos y el manga, que edita sus propios fanfics o doujin (manga de aficionado), y como aristócrata contrata a directores de la talla de Spielberg para hacer sus "vídeos caseros" (jeje!) Me ayudó enseguida a identificarme como Otaku.

Esta serie marcó el antes y el después de mi afición al manganime, como he dejado patente en varios posts de este blog.

Así que un día de otoño/invierno de 2007 terminando de ver Ouran High School Host Club me dije algo como:
-Ostras! Me encanta el manga y el anime, y todo lo que se cuenta sobre Japón. Soy un otaku sin remedio.-

La música de Ouran y Death Note son del mismo compositor. Ouran tiene el mismo guionista o "adaptador a la pantalla" que FLCL. Ouran y Elfen Lied comparten a la cantante del opening y ending respectivamente, Kawabe Chieco. Esos cuatro grandes animes los vi en la misma época. Y con unos títulos tan potentes del nuevo estilo de anime del siglo XXI encendí la mecha del inmenso polvorín otaku. A los que luego les siguieron varias decenas más de series, OVAs y películas, que no había visto aun al no tener centrado mi interés en este vasto mundo, y ya no había ninguna duda de que esto me gustaba. Y a los que nos gusta ésto se nos llama otakus. Ni más ni menos.

No tardé mucho en iniciar el proyecto Otro Blog de Anime en el que en principio algunos amigos y yo (más que los demás) escribimos una cantidad muy frecuente de reseñas sobre manga y anime. Que poco a poco ha ido perdiendo periodicidad (empezó con una reseña cada 2 días!!) y se ha ampliado el tipo de proyectos sobre los que hablar; como doramas, videojuegos o películas de acción real. (aunque en menos proporción, por ahora.)

No era todo nuevo para mí pues, como cinéfago desde los diez años, no me perdí grandes hitos de la animación japonesa que llegaron a la gran pantalla como Akira o Ghost in the shell, y aunque algo tardíamente también vi en mi época "pre-otaku" algunos otros largometrajes como El viaje de Chihiro o Metrópolis.


No soy muy fan de los videojuegos (a parte del DDR) porque con ordenadores quizás me gusta más hacer cosas creativas o productivas. Mis preferidos no son los típicos a los que juegan los otakus, como los RPG, o Galge; sino los de disparo en primera/tercera persona *online* estilo Unreal Tournament, contra amigos conocidos preferiblemente; porque solo me divierte "matar" a gente con la que tengo la suficiente confianza para que las "mate". ;-)

Curriculum de anime visto: http://fon.gs/freddynimes
Proyecto de viaje a Japón: http://fon.gs/wikijapon

lunes, 18 de enero de 2010

Agradecer

"El mundo es un buen lugar por el que merece la pena luchar". Como decía Morgan Freeman en Se7en, -Estoy de acuerdo con la segunda parte.- Pero la primera parte es responsabilidad de todos.

Es cierto que venimos de la nada y nos convertimos en nada. Así pues no perdemos nada en el proceso. Como decía Eric Idle en su canción final de La vida de Brian. (Always look on the bright side of life)

Como es de buen nacido ser agradecido, haré lo que se hace al final de las buenas acciones. Dar las gracias. Un modo humilde de empezar a mejorar el mundo.

Así que voy a tratar de mencionar las cosas que más agradezco pero que rara vez me acuerdo agradecer como es debido.

En lugar de quejarme de todo lo que pierdo, todo lo que no me dan, todo lo que no consigo, de todo lo que no me gusta, #TLQJ,  voy a procurar ser constructivo que fundamentalmente para eso creé este blog. Como un modo de auto-moldear mi carácter que aunque muchos no lo noten raya la ironía y el cinismo exacerbado. Que si bien es un elemento que concentrado podría dar energía a media Europa sin recurrir a la energía nuclear o un generador de Improbabilidad Infinita, creo que sus efectos son bastante nocivos para el que emite sus opiniones más que para quien recibe las críticas o el mensaje.

Así pues sirva este mensaje de warning a mí mismo y de reverencia a mucha gente que en caso de recibir un Oscar o un premio Nobel de esos de saldo que dan (vaya! ya estoy otra vez.) deberían ser mencionados sin falta.

Papa y mamá. Son peor que las hemorroides (que llevan más de un año dándome por el mismísimo...) pero qué sería de mí si no se hubieran conocido... Qué? Eh!

Mis hermanos mayores. Son casi tan malos o peores que papá y mamá.  (De tal palo...) No se puede comparar al uno con la otra, igual que a mamá y papá; pero en ambos casos los agrupo para abreviar. Aunque sea poco y al menos cuando era pequeño me protegieron y ayudaron como lo hacen los hermanos mayores.

Tíos, tías, primos, primas y demás familia. La familia... me hace pensar de nuevo en eso que se hincha por detrás. Pero sin embargo todas las molestias, todos los "secuestros" (excursiones anti-democráticas en las que el niño (yo) tenía que ir a dónde ellos quisieran sin votación popular), todos los acosos típicos de quien quiere evitar que alguien se salga del régimen establecido, me parecen ahora nimios e insignificantes comparados con todo lo que he recibido y sigo recibiendo. El apoyo es mayor del que creo merecer. No significa que no haya hecho grandes favores pidiendo poco o nada a cambio pero tampoco soy capaz de tratarles a todos tan bien como lo hacen conmigo.

Amigos. Aquí habría que hacer una distinción entre amigos buenos-buenos y amigos de amigos. Porque aunque muchos de mis mejores amigos fueron en su momento amigos de amigos no siempre cuaja la amistad hasta un punto que me permita valorarlo. Cada persona es un mundo y aquí me pierdo bastante. 

Por lo general creo que mis amigos aprecian lo que hago por ellos por eso no siento la necesidad de darles las gracias por muchas cosas que siempre olvido. Todas las personas con las que paso mucho tiempo acaban descubriendo como soy realmente. Y tienen dos opciones. Seguirme la corriente o distanciarse.

Los que me siguen la corriente se contagian con mi carácter y yo con el suyo. Son los que me hacen como soy. Más que la herencia genética o la familia impuesta, los amigos son más parte de mi persona que mis mismísimas entrañas. Así que cómo no voy a estar agradecido de tenerlos.

Resto del mundo. Me encantan esas películas apocalípticas donde se nos presenta un mundo sin gente, como el comienzo de Abre los ojos, Soy leyenda, y similares. Es quizás esa obsesión de amor-odio que tenemos las personas entre nosotros. Sería fabuloso encontrarse el supermercado vacío, sin colas. Ir en el autobús o el metro sin apretujones. Encontrar siempre sitio en tu restaurante (sin humos) favorito. Y, en fin, librarse de quejicas (como yo), polemistas de la TV, y vivir en un remanso absoluto de paz sin absolutamente nadie alrededor que moleste pero...

Alguien tiene que mantener el agua fluyendo, la luz, el wifi, fabricar ordenadores y nuevas tecnologías, componer música, cantar, bailar, cultivar, dar de comer, conducir, pilotar, construir, dar buen ejemplo, dar mal ejemplo, hacernos reír, hacernos llorar, hacernos soñar, y motivarnos en definitiva.

Sin el resto del mundo, para bien o para mal, no seríamos los mismos. A ellos tendría que ir el agradecimiento más grande del mundo. Y si a mí mismo me cuesta reconocer ésto, no es de extrañar que haya conflictos, crimen y guerras. Pero no solo uno mismo sino todos mis allegados, no serían nada de lo que son de no ser por la enorme familia que compone este planeta.

Personas que muchas veces de forma anónima ayudan al prójimo sin rechistar y sin que tenga que mediar juez, lider religioso o maestro de payasos.

Y nuestra vida es mucho más llevadera gracias este afán sin esperar nada más a cambio, o al menos por las ganas de vivir y dejar vivir de la mayor parte de la humanidad.

martes, 12 de enero de 2010

Media vuelta



Víctor sabía que tenía poco tiempo. Salió de su casa, un edificio inmenso de 20 pisos y 400 apartamentos, e intentó parar un taxi. Entre las manos llevaba un pequeño maletín parecido al que usan los médicos aunque algo más pequeño.

Un coche azul celeste con una luz verde en el techo pasó a toda velocidad ante la mirada atónita de Víctor que no tuvo tiempo ni de levantar el brazo para que le viera.

Disgustado, tras esperar dos minutos, forzó el paso hacia la boca de metro situada como tres manzanas arriba. Al pasar junto a una pastelería no pudo evitar fijarse en una tarta de cumpleaños que había en el escaparate; Dos velas rojas indicaban un número bastante redondo. 50.

Víctor se apresuró más. Sabía que no iba a llegar. Todas las posibilidades de lograr salir de la ciudad a tiempo jugaban en su contra y solo podía esperar que lo que estaba a punto de suceder tardase más de lo previsto.

Cuando empezó a bajar por las escaleras del metro Víctor miró de soslayo el estado de la calle y se dirigió en marcha rápida hacia el andén.

Víctor se sentó en silencio en el vagón. Y como él, el resto de pasajeros se quedaban sentados o agarrados a una barra, ponían la mirada en blanco, leían, jugaban con la consola o escuchaban música.

Un bip le alertó y vio en su reloj que faltaban cinco minutos para las 12. Abrió el maletín y sacó unas extrañas gafas con montura y cristales de color metálico parecidas en parte a las típicas gafas de esquiador. Y se las colocó.

Una anciana que estaba sentada frente a él lo vio y se lo dijo a otra señora sentada junto a ella. Empezaron a chismorrear. Y otras personas se fijaron en Víctor. Pero él siguió sentado sin importarle e ignoró la repentina llamada de atención que había provocado.

Tras dos paradas casi todos los pasajeros del vagón se bajaron y llegaron otros que no dieron importancia a la extraña apariencia de Víctor con esas gafas. Aunque para ser algo corriente le faltaba el bastón y el perro guía.

Víctor sacó entonces una foto. Estaba tomada en un parque cercano y salían una mujer de unos 40 años y dos niños de unos 9 y 16 años.

El chaval de ya 17 años entraba ahora en la pastelería donde Víctor vio la tarta.

La mujer, con su hijo pequeño de la mano, salía de un instituto con algo de preocupación.

De pronto se apagó la luz en los vagones del metro, que avanzaba deprisa. Fueron dos segundos y regresó la luz pero Víctor empezó a observar inmóvil el comportamiento aterrado de los pasajeros que chillaban se ponían a gatear por el suelo o se acurrucaban bajo un asiento sin razón aparente.

En este momento se alegraba de no haber cogido un taxi y de que su familia estuviera ya lejos. O eso pensaba.

Los chillos de la gente le empezaban a resultar molestos cuando llegó a la última estación de la línea. El comportamiento de pánico en la gente era constante. Algunos se quedaban inmóviles sin saber reaccionar y otros vagaban de un lado a otro a oleadas corriendo como si les persiguiera el diablo.

Víctor se abrió paso entre la gente para salir a la superficie. Escuchó sirenas, ruidos de cristales rotos, chisporrotéos eléctricos y otros sonidos de una ciudad en crisis a los que trató de no prestar atención mientras avanzaba en dirección a una estación grande.

Pedro, el hijo mayor de Víctor, sujetaba una tarta envuelta de la pastelería. Era consciente de que lo que estaba viendo no era real aunque cuando una farola de siete metros de altura cayó junto a sus pies al chocar un coche contra ella decidió que no se lo tenía que tomar con tanta calma.

Atada a un pilón de hierro, en la acera, había una bicicleta con un cesto en la parte delantera donde Pedro dejó la tarta. Al agacharse a dar vueltas al candado de tres dígitos y poner la combinación "321" el pilón de hierro empezó a doblarse como si fuera de goma en dirección hacia sus manos.

Pedro saltó la acera pedaleando a toda velocidad abriéndose paso entre un atasco de coches cruzados y con las puertas abiertas. Grupos de gente corrían en la misma dirección huyendo de gran cantidad de objetos normalmente inanimados que los perseguían. Un buzón de correos. La marquesina de la parada de un autobús. Una gran estatua ecuestre de metal.

Al pasar cerca de un parque, una serie de bancos como aquel en el que aparecían sentados en la foto de Victor, se acercaron a Pedro como si sus patas fueran realmente las patas de un cuadrúpedo veloz. El joven pretó un poco más el paso mientras murmuraba cogiendo fuerzas para chillar más alto que nada de éso era real.

Mireya, la mujer de Pedro, abrazaba al pequeño Raúl mientras se agazapaban en un claro del patio de salida del instituto. Viendo salir a profesores y estudiantes en procesión esquivando columnas de ladrillo que se comportaban como cobras gigantes inclinando la cabeza hacia todo lo que se movía.

Víctor en ese momento no sabía que su familia no estaba a salvo. Pensaba que ya estaban muy lejos del peligro.

La última vez que habló con Mireya le dijo que estaba a salvo con Raúl y que ya había avisado para que Pedro saliera de la escuela antes de las once por un motivo familiar grave.

Lo que Mireya no sabía es que ese día un profesor había fallado y Pedro ya no estaba en la escuela. Cuando fueron a darle el aviso había aprovechado para volver a casa y hacer un recado que su madre le había encomendado por la mañana.

El hecho de que a su padre no le gustasen los teléfonos móviles le convertía en el único chico de su edad del instituto que no llevaba móvil.

Víctor entró por la puerta de una pequeña caseta de servicio anexa a la estación. El pequeño recinto estaba iluminado por la tenue luz de una bombilla que alumbraba varios armarios en la pared con aparatos de control e interruptores. Víctor retiró una plancha de madera del suelo y con una palanca levantó una tapa de alcantarillado que conducía a unas escaleras verticales. Y sujetando su maletín entre los dedos de su mano izquierda bajó los peldaños cuidadosamente con algo de miedo a resbalar ya que no llegaba a verse el fondo.

Ya estaba llegando al fondo de la escalera. Abrió y cerró dos compuertas que comunicaban con un recinto subterráneo que canalizaba cables y tuberías. Y apoyó su maletín en el suelo. Se quitó las gafas protectoras y se fijó en una luz roja que parpadeaba junto el acceso a la escalera.

En ese instante la tarta de cumpleaños que Pedro llevaba para Victor cayó al suelo. Una enorme tubería desprendida de la fachada de un edificio alto había hecho caer de la bicicleta al joven y un lunático enfebrecido por la situación se la robó. Pero en cuanto avanzó cinco metros con ella pareció cobrar vida y desplegarse mientras el asaltante saltaba y se alejaba corriendo del cacho de metal que movía su estructura como los tentáculos de un pulpo.

Raúl se soltó de los brazos de su madre y salió corriendo en dirección hacia la muchedumbre que se movía en oleadas esquivando verjas y fuentes que parecían moverse como brazos de escavadoras sin control. Mireya chilló que no se fuera. Pero Raúl no la escuchó y se dejó llevar por el pánico reinante ante el dantesco panorama.

Víctor se colocó las gafas de nuevo y subió rápidamente las escaleras. Rompió uno de los armarios y bajó un gran interruptor. Después salió de la caseta por la puerta anexa a la estación y se quitó las gafas.