Después de superar el miedo y la indecisión habituales cuando no has ido al dentista en casi media vida, como comentaba en mi escrito Sorpresa, acudí a que me hicieran una revisión inicial.
Mi dentista dijo lo que había que hacerme y tras una intrigante espera se me mostró el presupuesto.
Me hubiera gustado verme la cara que puse cuando vi que la cantidad duplicaba el máximo-máximo-máximo que había previsto podría llegar a costar arreglar la boca de un mono entrenado a masticar rocas.
Aunque por la mueca acostumbrada de quién me lo enseño me hice una idea clara de qué cara estaba poniendo yo.
Cuando supe que dependía de mí no lo dude un instante. Logré un buen descuento por decidido y escogí un modo de financiarlo.
Tras el fin de semana al lunes siguiente ya tenía programada la primera visita.
Mi dentista dijo que iba a empezar con algo poco traumático ya que imaginaba que tendría que prepararme para el trance de cuatro meses que va a llevar arreglarme algo la mandíbula después de tantos años de negligencia dental.
La primera sorpresa que me llevé es que aunque el hecho de haber pasado más de una década desde la última vez que me hicieron algo parecido el hecho de anestesiar con una inyección no ha cambiado. Pero al menos con las nuevas manos de mi dentista no note prácticamente nada.
Me durmió parte de la mandíbula frontal superior, para limar y reparar un poco una vieja caries que tenía en la paleta que aun me queda y el diente anexo.
En menos de media hora se concluyó toda la operación, y como hora y media después la anestesia dejó de hacer efecto. No sentí ninguna molestia y pude seguir con mi vida hasta la siguiente cita.
Dos días después... os lo cuento dentro de dos días.
martes, 17 de junio de 2008
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